Ya
era de noche y cerrar los ojos era una misión casi imposible, cada vez faltaba
menos y pensar que a las cuatro y media de la mañana teníamos que estar en la
estación de autobuses no ayudaba mucho a dormir.
Así
pues, cada uno como bien pudo, intentó pegar ojo aunque fuese por una hora
escasa y a las 4:00 ya estábamos con los últimos preparativos: pasaportes,
mochilas y maletas en mano, y unas ganas inmensas de subir a ese autobús que
nos llevaría hasta nuestro primer destino: Madrid.
A la
hora estábamos todos en el punto de queda y después de despedirnos de nuestros
padres (por mucho duelo que les hiciese) y hermanos (algo más contentos por
quedarse como “reyes” de la casa durante cinco días) el autobús se puso en
marcha. Algunos aprovecharon para dormir, a otros nos fue imposible y tras casi
cuatro horas de viaje llegamos a Barajas, ya estábamos a mitad de camino.
El
vuelo fue tranquilo y en escasas dos horas y media ya pisábamos tierras
italianas y subíamos, al fin, al autobús que nos llevaría a nuestro destino: el
hotel Pacific, donde pasaríamos esas cuatro noches que teníamos por delante.
Llegamos,
nos dieron las llaves de las habitaciones y subimos corriendo a dejarlo todo.
Las doce horas de viaje habían tenido su recompensa, eran las cuatro de la
tarde y allí estábamos, en Roma.
Plaza Navona, Pantheon, Fontana di Trevi… la lluvia que nos cayó el primer día no nos impidió hacer una visita exprés como toma de contacto; y tras la cena, llegamos todos empapados al hotel sin demasiadas ganas de dormir, pero había que estar preparados para los cuatro días que nos quedaban por delante.
El jueves fue un día intenso: La ciudad del Vaticano, Santa María de los Ángeles, la plaza de la Repúbica, Santa María la Mayor, la plaza del Popolo… terminamos agotados.
A lo que nos dimos cuenta ya estábamos recorriendo sus calles y a media tarde fue imposible resistirse a un buen gelato.

A las ocho de la mañana del martes ya estábamos desayunando y preparándonos para un día de lo más completo. El Coliseo, los foros romanos, el arco de Costantino, San Pietro in Vincoli, la plaza Venecia, Santa María in Cosmedin, el teatro Marcelo, la Bocca della Verità, el Trastévere… mirases donde mirases era todo precioso.
Casi sin darnos cuenta ya era miércoles y otra vez estábamos recorriendo las calles italianas con entusiasmo, aunque un poco cansados eso sí, pero nuestras profesoras, por suerte, no nos dejaban parar ni un momento para que pudiésemos visitar el mayor número de sitios posibles.
Por la mañana vimos el museo Vaticano y la Capilla Sixtina, y por la tarde, bastante más tranquilos, fuimos a visitar San Giovanni Laterano y la antigua casa de San José de Calasanz en la que murió, donde nos recibieron con alegría y nos enseñaron todo con muy buen humor, la verdad es que fue una visita superdivertida.
El miércoles se terminaba y en dos días estaríamos de vuelta a Zaragoza, pero todavía nos quedaban el jueves y el viernes y había que aprovecharlos a fondo.
Llegaba el viernes y sin demasiadas ganas preparábamos las maletas para la vuelta.
El viernes por la mañana salimos por las calles cercanas al hotel para hacer las últimas compras y, a las doce aproximadamente, cogíamos el autobús hacia el aeropuerto. Ya allí, volvimos a repetir todo lo que nos parecía tan lejano, solo que esta vez no tan entusiasmados. Facturamos las maletas, comimos… y sin comerlo ni beberlo ya estábamos por los aires rumbo al aeropuerto de Madrid.
Llegamos a la T4 del aeropuerto de Barajas y esperamos a que llegase la hora de montar al autobús.
Hace escasos cuatro días partíamos entusiasmados hacia Roma y ahí estábamos, en menos de cuatro horas pisaríamos Zaragoza.
El viaje se nos hizo corto, yo creo que ninguno teníamos demasiadas ganas de volver. Y al fin, entramos en la estación Delicias, donde nos esperaban en la dársena 31 un montón de padres y madres con los brazos abiertos.
Nuestro viaje de estudios había terminado, pero la experiencia, el recuerdo de todo lo que habíamos visto y lo bien que lo habíamos pasado no se nos olvida.
Eran las doce y media de la noche y cada uno nos fuimos a casa a recuperar el sueño que se nos había olvidado tener en Roma.
Ha sido un viaje estupendo que por mí, y creo que por todos mis compañeros, va a ser difícil de olvidar.